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Cada hora, 48 mujeres y niñas son víctimas de la violencia sexual en RD Congo

mujeres congo

Una historia real

Es una mañana como cualquier otra, Blandine*, una mujer de 29 años, que vive en un campamento de desplazados internos, sale de su desvencijada choza en la aldea de Mweso en busca de comida y leña. Como ocurre a muchas otras mujeres, el esposo de Blandine no puede ir con ella; él salió a trabajar de madrugada y no regresará hasta que el sol se ponga. Así que ella deberá caminar sola varios kilómetros bajo el abrasador sol congoleño.

Finalmente, ella encuentra lo que está buscando y comienza a regresar a su hogar. En el camino de vuelta, piensa en que pronto podrá alimentar a sus tres hijos pequeños. De repente, se tropieza con cinco hombres armados que bloquean el camino. Estos empiezan a burlarse de ella y a empujarla hasta que cae al suelo. Entonces uno tras otro la violan.

"Cuando, por fin, se fueron, no sabía si estaba viva o muerta. Mi rostro estaba humedecido por las lágrimas, pero no quería que nadie me viera. Estaba avergonzada por lo que me ocurrió", recuerda Blandine.

Por suerte, ella sabía qué tenía que hacer: ir al hospital antes de 72 horas para conseguir los medicamentos necesarios (píldoras para aquellas personas que piensan que han podido quedar expuestas al VIH). Pero no podía contar a su esposo lo ocurrido por miedo a que la repudiara, la echara de su hogar y pusiera a la familia en su contra.

Los hombres a menudo culpan a las mujeres de ser las responsables de abusos sexuales o las acusan de tener un amante. En este caso, probablemente, Blandine también habría sido víctima del rechazo por parte de los otros residentes del campamento. Pero la dura prueba de la violación fue sólo el principio de más sufrimientos. Sin la ayuda del esposo, Blandine no podía ir al hospital, demasiado lejos para ir sola sin algún tipo de transporte privado.

"Para conseguir que mi marido me acompañase, le dije que estaba teniendo convulsiones. El doctor le pidió que esperase fuera y entonces pudo darme las tabletas. Si me las hubiera llevado a casa, mi esposo habría entendido inmediatamente lo ocurrido. Todos los hombres de aquí saben muy bien para qué son estas pastillas del VIH y el color que tienen", explica Blandine.

La violencia sexual y de género es la causa de un terrible sufrimiento en la RD Congo, hasta el punto que este país es conocido como la capital mundial de las violaciones. Según un estudio reciente, cada hora 48 mujeres y niñas son víctimas de este tipo de violencia.

La situación es aún mucho peor en Kivu, las provincias orientales del Congo, un área caracterizada por la presencia de grupos rebeldes armados tanto locales como extranjeros y por un desplazamiento forzoso masivo de civiles. Sólo en Kivu Norte hay más de 500.000 desplazados, el 25 por ciento de todos los que hay en el país.

Los autores de los actos de violencia sexual y de género pueden ser tanto rebeldes como soldados del ejército regular, pero también puede también puede tratarse de civiles corrientes e incluso de desplazados que viven en los campamentos. Sus víctimas – mujeres, chicas e incluso niñas – quedan con cicatrices físicas y psicológicas imborrables.

Uno de los mayores obstáculos para reducir la violencia sexual y de género en el Congo es la impunidad de los responsables. Si bien el país ha aprobado una de las legislaciones más severas del mundo contra la violencia sexual – con penas que van de los cinco a los veinte años de cárcel, o el doble si se trata de miembros de las fuerzas armadas – muy pocos autores de violaciones han sido condenados.

En estas circunstancias, las víctimas de la violencia sexual y de género prefieren mantenerse calladas y no denunciar lo sufrido. Confían así evitar represalias de sus agresores cuyo crimen quedará sin castigo.

Poner fin a esta horrible práctica

Poner fin a la impunidad de los autores de la violencia sexual y de género es una prioridad en Kivu Norte. Todo el mundo debe identificar esta violencia con duras sentencias de cárcel; quienes cometen estos actos deberían ser puestos entre rejas.

Sólo cuando la comunidad internacional, y en particular el gobierno de Estados Unidos y los de la Unión Europea, presionen a las autoridades congoleñas para que apliquen las leyes contra el abuso sexual esta sensación de impunidad empezará a disminuir. Un primer paso sería que los grandes donantes vinculen la ayuda al desarrollo a la reducción de la impunidad.

Además, hay que trabajar más en sensibilizar sobre el problema mediante servicios educativos tanto formales como informales a las comunidades desplazadas. Hay que dar más apoyo a las ONG y a las comunidades locales para que organicen campañas en aldeas y escuelas para concienciar sobre los derechos humanos en general y sobre la legislación contra la violencia sexual en particular. Hay que brindar un apoyo más práctico a quienes trabajan con las víctimas de la violencia sexual y de género, así como información básica sobre qué hacer en caso de ataque.

El resultado de la lucha contra la impunidad depende, por encima de todo, de la voluntad de las autoridades congoleñas. Educar a la gente a oponerse a cualquier forma de violencia con todos los medios a su alcance es un objetivo concreto que se puede alcanzar con un compromiso diario alimentado por la pasión y la esperanza. El Servicio Jesuita a Refugiados, firmemente convencido de ello, continuará estando junto a las poblaciones de esta parte de África cada vez más olvidada.
 

Danilo Giannese, responsable de comunicación y advocacy del JRS Grandes Lagos

*Su nombre se cambió por razones de privacidad y seguridad